No sabía si la insulina iba a resistir o se iba a congelar; si el mal de altura iba a descompensar sus niveles de azúcar o si realmente podría coronar el techo de África, pero José Luis Sánchez Fabra no lo dudó y contactó con la ONG El poder del chándal tras lo que se sumó a una expedición de pacientes y sanitarios dispuesta a alcanzar nada menos que la cima del Kilimanjaro.
Diabético tipo 1 desde los 7 años, José Luis Sánchez Fabra era solo un niño cuando tuvo que empezar a inyectarse insulina a diario y pincharse más de ocho veces al día en la yema de los dedos para vigilar sus niveles de azúcar. Su madre tenía que acudir a diario al colegio y no podía ir a las excursiones con sus compañeros porque nadie se atrevía a lidiar con su enfermedad.
Llegó la adolescencia y José Luis cogió las riendas de su enfermedad, momento desde el que no ha renunciado a ningún plan, por lo que cuando la presidenta de la Asociación de Diabetes de Albacete (ADA), María José Salmerón, le habló de alcanzar el Kilimanjaro no se lo pensó dos veces, y contactó con la ONG que planteaba la aventura, El poder del chándal, y empezó a prepararse.
Mecánico de aviones en la Maestranza Aérea de Albacete, José Luis Sánchez Fabra practica deporte desde que tiene uso de razón, porque le gusta, pero sobre todo porque es el complemento fundamental para su enfermedad. De esta manera, nada, corre y monta en bicicleta como el consumado atleta de triatlón que es.
Quizás por erste motivo, un ascenso de 5.895 metros y un recorrido de 45 kilómetros no le dieron miedo, a pesar de que la aventura no estaba exenta de riesgos.
Cuenta el Diario Sanitario que en el grupo, compuesto por 20 personas, había personal sanitario y otros pacientes con diabetes que se enfrentaban a la misma duda: ¿aguantaría la insulina los 15 grados bajo cero de la cima o se congelaría?. Hicieron pruebas en los congeladores de sus casas con mochilas especiales y se arriesgaron.
Al final, José Luis constató, una vez más, que su enfermedad exige un control, pero que no es un freno a sus metas. El ascenso fue duro, pero iban preparados y con un equipo sanitario que les atendería ante cualquier contratiempo.
La expedición pasó tres días en Tanzania, donde se volcó con dos proyectos de voluntariado en un colegio y en un hospital, y finalmente emprendieron la subida, en la que invirtieron 5 días para hacer 45 kilómetros. Por contra, la bajada la resolvieron en solo día y medio.
Los expedicionarios con diabetes pudieron comprobar que, durante el ascenso, el efecto de la insulina se ralentizaba, aunque consiguieron lo más importante, que era que no se congelara.
El poder del chándal es una iniciativa de los trabajadores de la empresa Trainsplant, con médicos, graduados en ciencias del deporte y psicólogos unidos para entrenar a personas trasplantadas o con enfermedades crónicas, convencidos de que el deporte mejora tanto la recuperación como la calidad de vida.